Voy a escribir para un blog. El tema está elegido. La
familia. Tengo que escribir para un blog sobre la familia. Pero ¿Qué entiendo
por familia?
La primera definición de la RAE dice que familia es el “Grupo de personas emparentadas entre sí que viven juntas “ y la
segunda es “conjunto de ascendientes, descendientes, colaterales
y afines de un linaje”. Entonces me pregunto ¿Cuánto de familia hay en aquellos
con quienes tenemos vínculos sanguíneos y cuánto de familia hay en aquellos con
los que nos fuimos eligiendo a través de la vida? El lazo sanguíneo, ¿es
realmente tan importante?
La primera asociación que traigo al pensar en
familia es Tótem y Tabú de Sigmund Freud. Situada en el corazón de la una horda
primordial, encabezada por un padre tiránico, fuente del poder y los
privilegios, los hijos se unen en plan de matarlo en busca de aquello que éste
posee y les es negado. Tras el parricidio, los hijos comen al padre en pos de
adquirir su fuerza. ¿Será que cada uno de nosotros necesitamos matar ideológicamente
a nuestro padre en algún momento de
nuestras vidas? Me gusta creer que todos necesitamos matar a nuestro padre,
comerlo y apoderarnos de su fuerza. Fantaseo que todos damos un portazo
imaginario en nuestras vidas, donde dejamos atrás aquella familia que nos ahoga
en reglas que no nos son propias, para vivir en solitario o para generar la
propia, cual animal que busca ser el amo de su propia manada.
Mis teorías son todavía más delirantes. A
veces fantaseo que hay varios padres que matar en una sola vida. Tal vez el plan incluya un hermano, o más
hermanos; un profesor; un psicoanalista; un jefe; una pareja; podría ser
cualquier otra relación que nos encapsula en una organización societaria que
nos resulta ajena, que nos impone un tótem del cual debemos librarnos.
Entonces hemos matado al padre. Somos libres.
Somos el padre de nuestra propia horda. Entonces, ¿ya poseemos la fuerza que
tanto añorábamos? ¿Fue la carne de ese padre la que nos transmitió sus
propiedades o debo adquirirla por mis propios medios? Tal vez matar al padre
solo conlleve la falta de liderazgo. Tal vez matar a la figura de poder tan
solo devenga en la ausencia de fuerza. Tal vez este parricidio emocional sea un impulso apresurado por medir fuerzas, pero
carezca de la habilidad de impartir un orden en la nueva sociedad de la que soy
núcleo. Tal vez me encuentre sin respuestas sobre cómo debería ser liderada mi
nueva manada. Tal vez, matando a mi
padre, generé una sociedad acéfala, en dónde sus integrantes corren como
hormigas a las que les taparon la entrada al hormiguero.
Ahora extraño a mi padre. Ahora siento que la
incertidumbre me invade. Así como anhelé el lugar de mi padre en la sociedad,
mis hermanos también lo reclaman. Tal vez peleen por el centro de atención; tal
vez sea por cuestiones más banales, como un departamento de un ambiente en la
costa, herencia de los padres, o por un puesto vacante. Entonces lloró. Lloro
por todos los males que ocurren en la humanidad. Lloro porque el padre era aquello
que no puedo ser. Lloro porque el padre se convierte cada día en una figura más
fuerte. Lloro porque mis actos
engrandecen esa figura que intenté desterrar. Lloro porque lo que está muerto
se vuelve inmortal. Y crece. La figura se agiganta minuto a minuto. Es una
realidad que al minuto se convierte en una historia. Que al otro minuto ya es
una leyenda, y, sin que pueda hacer nada al respecto se convierte en una
religión.
M.
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