19 de enero de 2015

Personal-mente

Cuando hay que intervenir desde lo profundo del ser es posible que haga eso que hacen los animales cuando se sienten amenazados... correr, atacar y morder.
Ayer mientras bailaba sin control entre los pocos pensamientos que aparecen en estos días descubrí que mecánicamente podía predecirme hasta el fin de los tiempos. Este era un procedimiento, en mi persona, bastante cruel. 
Cuando era chico podía contar con los dedos de media mano la cantidad de veces que había adivinado un final positivo para un problema menor. Menor era yo, y menores mis pensamientos. Hoy que ya no soy menor entra en juego esta habilidad, esta superstición de cartón. 
Pero no hay que confundir, no soy negativo sino uno de esos tipos que decide el menor costo ante una guerra de decisiones. Supongo todo tipo de probabilidades, asumo los riesgos y actúo en consecuencia. 
Claro que las consecuencias luego de tantas guerras son un poco mas que unas cuantas heridas. Hay un costo que no entra en esta ecuación, por que yo no la considero.
Yo no lloro. Y hoy no llorar es una apuesta riesgosa... contrariamente a como coloco mis apuestas, estoy jugándome todo en esta empresa que se llama hermetismo del nuevo siglo, las sonrisas sin monas lisas. 
Este proceder, además de repetitivo, debe tener un inicio. 
Sufro, sufro, sufro, no lloro y así…
Nunca lloré de verdad, nunca  le demostré al mundo el dolor de mis derrotas, nunca un poco de las miserias diarias de un hombre tan pequeño como tantos otros. 
Hoy debo condenar esta acción destructiva, que mas que apuesta es una pérdida, que mas que juego es una vida y que mas que yo es nosotros… son ustedes conmigo.

Un día de estos voy a despertar lleno de lágrimas, y ya no voy a sentir que aposté mal sino que vengo guardando fichas para un casino que se fue a banca rota allá por los noventa.

Mirarse es mirar una comedia que muchas veces no nos hace ninguna gracia. 

Tin.

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