Contraste es recordarlo lleno de vida, ahora
que todo parece costarle tanto. Saber que no va a volver a ser el que fue, que
no queda más.
Su paso es cansino. La vida fue buena con él,
pero lo bueno termina y la enfermedad
avanza. Va a través de su cuerpo a ritmo lento pero gradual. Lo consume, me
consume a mí también. Sé que está ahí, sé que no puedo hacer nada por
repararlo. Quisiera ponerle el cuerpo, pero no puedo. Me mira con ojos que me
dice que no me preocupe, que es lo que debe ser. Entonces lo acaricio y se queda tranquilo,
adormecido.
Lloro. Por nada en particular, sino porque no
hay otra cosa que pueda hacer. No encuentro la forma de mantener la frente en
alto en este momento. Tampoco encuentro la forma de agradecerle por tanto.
Supongo que todos atravesamos en algún momento una situación similar, pero eso
no lo hace más llevadero. Los días son
largos, las noches mucho más.
Supongo que este momento va a pasar, que en
algún momento lo voy a sentir lejano.
Mientras ese momento llega, pierdo la mirada y siento la brisa en mis
mejillas húmedas.
M.
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