Siempre fui una chica austera.
La culpa de eso, la tienen Luisa
M. Alcott, sus Mujercitas y su Niña Anticuada.
Las heroínas de mi infancia eran
chicas pobres, ubicadas y centradas que no gastaban porque venían de familias
humildes y eso de gastar mucho era para las malas…
¿Vieron que se relaciona siempre
el derroche con la maldad y el capricho?
Nellie Oleson de La Familia Ingalls es
un claro ejemplo de eso, todo lo que quería lo compraba, no como la pobre Laura
que estaba siempre con el mismo vestido, y solo tenía otro más lindo para ir a
la iglesia.
Si juntamos todo eso a mi falta
de presupuesto, tenemos a una mina que no compra compulsivamente.
A veces me gustaría ser una
Carrie Bradshaw e ir por la vida comprando zapatos cada vez que estoy triste.
Pero cuando encuentro algo que me
gusta, no puedo quitarme la sensación de que en el próximo negocio voy a encontrar
lo mismo, pero más barato. Entonces no
compro nada.
Cada vez que entro a un local y
la vendedora se acerca a invitarme a pasar (Por qué hacen eso? Espanta a la
gente!), recurro al viejo y querido “Gracias, pero estoy mirando”.
Y me voy cantando bajito por
donde vine, sin comprar.
Hasta que me aburro, me canso, me
enojo, y vuelvo a casa histérica comprando muchas (pero muchas) pelotudeces por
el camino: un Tupper, tazas, unos de esos gatitos chinos que mueven la mano,
esmaltes que nunca voy a usar, aritos, etc…
Ay ay ay! Mejor volvamos al
principio:
Siempre creí que era una chica
austera, pero solo me organizo mal con las compras.
Pau.
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