Desde que tengo uso de razón todos te enseñan a no mentir. Es
una gran contradicción ya que mis padres, los principales interesados en que tu
vida sea una constante fuente de la verdad, comienzan a mentirte desde que
estas en el vientre. Cosas como, sos la criaturita más hermosa que vi en mi
vida, siempre te voy a cuidar, el ratón Pérez, papá Noel y los reyes magos son
las mentiras que ellos mismos nos decían constantemente para mantenernos
tranquilos.
Por mi parte, aprendí que no hay mentiras grandes o chicas,
blancas o negras. Las mentiras son eso, mentiras y punto. Les agarre el gusto a
mi tierna edad de seis años, cuando aprendí que con una cara triste y un par de
lágrimas podía obtener eso que tanto quería. Con el tiempo fui perfeccionando
la técnica hasta el nivel “dominación de las masas”. Todo el mundo puede caer
en una buena mentira, eso lo sabe todo el mundo pero, aun así, siguen siendo víctimas.
A medida que pasaron los años las personas comenzaron a
formar ciertas ideas de mí. Me ven como el ejemplo de hombre que vale la pena
presentar en casa, siempre cortes y alegre, dispuesto a servir al prójimo con
tal de obtener una sonrisa a cambio, pero la verdad es que no es así. Soy todo
lo contrario. Arrogante, descarado, un poco inseguro, acido, malhumorado,
hiriente si me lo propongo, en pocas palabras y para resumir… una cucharada de
vomito, pero ojo, siempre del mejor que hay en el mercado.
Pero bueno, la mentira está mal vista, siempre dicen que es
mala, pero no sé hasta qué punto. Soy yo el malo por dejar que los demás crean
algo con lo que se sientan seguros? Yo no lo creo y por suerte jamás les creí a
mis padres.
RICHARD
RICHARD
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