Él me contaba que cuando la vio
llegar, en ese preciso instante se enamoró de ella. Cosa que le resultaba demasiado fácil a cualquier
hombre, esa mujer era toda belleza. Que cuando él se reflejó en esos ojos color
café, supo inmediatamente que estaba frente a la mujer de su vida. Así es como
siempre lo escuché referirse de mi abuela. Mi abuelo mantuvo vivo el recuerdo
de su mujer hasta dónde le permitió la maldita enfermedad que le fue comiendo
los recuerdos.
El abuelo contaba que se
conocieron por casualidad, él fue por una entrevista que tenía a las 08.00 am,
porque trabajaba como proveedor de mercadería en los supermercados y de pronto
la vio aparecer sonriente, con el pelo recogido y la piel luminosa. Ella pasó
por su lado llevándolo por delante ya que estaba llegando tarde a su puesto de
cajera. Le pidió disculpas y siguió su camino. En ese momento sus ojos se
encontraron por primera vez. Cupido ya lo había flechado. Al salir de la
reunión él dio una vuelta por el salón de ventas y compró una caja de
chocolates. Pasó por la caja donde ella atendía para poder hablarle. Cruzaron
dos palabras y él se fue. Así estuvo la cosa por unos meses. Él iba con
regularidad a comprar lo que no precisaba solo para pasar por la caja de la
chica más linda del mundo.
Así fue que el abuelo fue
haciendo un trabajito de hormiga hasta conquistar a la joven que le quitaba el
sueño, a quien le dedicaba poemas y canciones que sonaban en la radio. Hasta
que un día ella le aceptó la salida a tomar algo. Estuvieron noviando en secreto
al menos un año, porque ella era perfecta, pero él no.
Es que antes se acostumbraba que
el hombre sea más grande, no más joven que la mujer. Así que cuando sus
respectivos padres se enteraron de la noticia no los apoyaron.
Los padres de la abuela le
prohibieron volver a verlo. Y los padres del abuelo no aceptaban a esa
degenerada, roba cunas. No, no y no. Ese tema estaba prohibido.
Así estuvieron seis meses él la
esperaba a dos cuadras de su casa todas las mañanas para acompañarla al
supermercado donde ella trabajaba y por las tardes la pasaba a buscar para
llevarla a su casa.
Pasado el año la situación seguía
siendo la misma. Entonces la abuela se anotó para estudiar magisterio, como
excusa para ausentarse de su casa para verse con el hombre al que amaba. Porque
a cursar fue el primer día cuando la llevó su papá en el auto.
Como todo esto no vislumbraba un
final mejor, optaron por lo cortar por lo sano. Un mediodía de abril ambos
citaron a sus padres en un bar de Palermo para celebrar una sorpresa que cada
uno dijo tener para ellos. Media hora más tarde de la hora fijada, tomados de
la mano ambos entraron.
Habían decidido vivir ese amor
que los quemaba desde hacía mucho tiempo, con o sin el consentimiento de sus
familias. Así fue como al entrar al lugar, los padres de ambos no entendían
nada. El abuelo lo explicó todo con una acción que decía más que mil palabras,
extrajo del bolsillo interior de su saco una libreta roja, con letras doradas.
Me sonrío cuando mamá me dice que
soy rebelde. Rebeldes eran ellos.
Alito.
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