21 de abril de 2015

Ella y él.

Él me contaba que cuando la vio llegar, en ese preciso instante se enamoró de ella. Cosa que  le resultaba demasiado fácil a cualquier hombre, esa mujer era toda belleza. Que cuando él se reflejó en esos ojos color café, supo inmediatamente que estaba frente a la mujer de su vida. Así es como siempre lo escuché referirse de mi abuela. Mi abuelo mantuvo vivo el recuerdo de su mujer hasta dónde le permitió la maldita enfermedad que le fue comiendo los recuerdos.
El abuelo contaba que se conocieron por casualidad, él fue por una entrevista que tenía a las 08.00 am, porque trabajaba como proveedor de mercadería en los supermercados y de pronto la vio aparecer sonriente, con el pelo recogido y la piel luminosa. Ella pasó por su lado llevándolo por delante ya que estaba llegando tarde a su puesto de cajera. Le pidió disculpas y siguió su camino. En ese momento sus ojos se encontraron por primera vez. Cupido ya lo había flechado. Al salir de la reunión él dio una vuelta por el salón de ventas y compró una caja de chocolates. Pasó por la caja donde ella atendía para poder hablarle. Cruzaron dos palabras y él se fue. Así estuvo la cosa por unos meses. Él iba con regularidad a comprar lo que no precisaba solo para pasar por la caja de la chica más linda del mundo.
Así fue que el abuelo fue haciendo un trabajito de hormiga hasta conquistar a la joven que le quitaba el sueño, a quien le dedicaba poemas y canciones que sonaban en la radio. Hasta que un día ella le aceptó la salida a tomar algo. Estuvieron noviando en secreto al menos un año, porque ella era perfecta, pero él no.
Es que antes se acostumbraba que el hombre sea más grande, no más joven que la mujer. Así que cuando sus respectivos padres se enteraron de la noticia no los apoyaron.
Los padres de la abuela le prohibieron volver a verlo. Y los padres del abuelo no aceptaban a esa degenerada, roba cunas. No, no y no. Ese tema estaba prohibido.
Así estuvieron seis meses él la esperaba a dos cuadras de su casa todas las mañanas para acompañarla al supermercado donde ella trabajaba y por las tardes la pasaba a buscar para llevarla a su casa.
Pasado el año la situación seguía siendo la misma. Entonces la abuela se anotó para estudiar magisterio, como excusa para ausentarse de su casa para verse con el hombre al que amaba. Porque a cursar fue el primer día cuando la llevó su papá en el auto.
Como todo esto no vislumbraba un final mejor, optaron por lo cortar por lo sano. Un mediodía de abril ambos citaron a sus padres en un bar de Palermo para celebrar una sorpresa que cada uno dijo tener para ellos. Media hora más tarde de la hora fijada, tomados de la mano ambos entraron.
Habían decidido vivir ese amor que los quemaba desde hacía mucho tiempo, con o sin el consentimiento de sus familias. Así fue como al entrar al lugar, los padres de ambos no entendían nada. El abuelo lo explicó todo con una acción que decía más que mil palabras, extrajo del bolsillo interior de su saco una libreta roja, con letras doradas.
Me sonrío cuando mamá me dice que soy rebelde. Rebeldes eran ellos.

Alito.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario