Nunca hubo alguien tan devota como ella. No le importaba que
lloviera o que truene, ella siempre iba a su templo. Siempre lista, siempre
primera.
Desde joven supo que su gran amor hacia el señor iba a ser
bien recompensado. Ella rezaba para que su vida cambiara y así fue.
Día y noche se arrodillaba en la casa del señor y oraba. Nunca
fue avara, solo pedía lo justo y necesario para poder mantener a su familia. Sus
oraciones siempre eran escuchadas y ella conseguía lo que pedía.
A medida que paso el tiempo se fue transformando. Se dio
cuenta que el señor, que ella creía que
era su salvador, no era el único y fue así como conoció a otros señores y
señoras que la recompensaban por arrodillarse ante ellos y orara por una o dos
horas o toda la noche.
En poco tiempo se convirtió en una politeísta incurable. Ya no
le importaba pedir de mas en cada oración, a quienes alababa siempre estaban
dispuestos a pagar el precio y eso genero dudas que se diseminaron como una
plaga apocalíptica en su mente. ¿Era ella una devota o ahora ellos eran sus
fieles seguidores?
Su cuerpo era su templo y estaban todos invitados, siempre y
cuando pudieran costear el diezmo. Pronto, todos y cada uno, querían comer y
beber de su cuerpo y explorar los lugares más sagrados de su templo. Algo que
no podía negarle a sus siervos.
De esa manera ella entendió que su fe la había convertido en
una religión, una que al parecer a muchos le gustaba y a la que por el precio
indicado todos podían acceder.
RICHARD
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