Los amigos son
incondicionales. A los amigos los queremos así como son y ellos nos quieren así como somos. Nada se
concluye de esta relación.
Quién nos da entidad en la
vida, no son los amigos, sino los enemigos. Los enemigos nos mantienen en
guardia, siempre esperando un error que nos deje al descubierto. Los verdaderos
enemigos son quienes prueban nuestra inteligencia.
Nuestro honor, nuestra reputación y hasta nuestra
integridad están en juego a la hora de habla de enemigos. Manuel Dorrego y Juan
Lavalle tal vez no hubiesen quedado en la historia, el uno sin el otro. Tal vez
Sábato no hubiese escrito
tan brillantemente de no tener a Borges en la vereda contraria.
En la enemistad hay un factor
clave: nuestro enemigo tiene que diametralmente opuesto a nosotros o
exactamente igual, solo que no estamos dispuestos a admitirlo. A veces los
buscamos. Otras, nos encuentran. Pero en
el buen enemigo la oposición convive con la admiración. Aquellos que no están a la altura son rechazados, ignorados. Aquellos a los que seguimos
de cerca, son los que
consideramos pares. Son los que nos marcan quiénes somos, nos vemos a través de ellos. Nos dan su
opinión sin ningún reparo, de una manera
que nunca dirá un amigo. Por eso, un enemigo marca el camino con mayor prestancia
que un amigo, Oscar Wilde lo sabía muy bien cuando dijo “Como no fue genial, no tuvo enemigos”.
M.
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