Y de la nada abrís los ojos y te das cuenta que algo anda mal. Al principio
no sabes bien lo que es, pero a medida que pasan las horas, lo vas entendiendo.
Es una soledad que te ataca y te oprime el cuerpo. Un vacio inmenso que no
parece tener fin, pero es solo cuestión de respirar hondo y estirar tu mano
hasta tu bolsillo. Ahí está la solución. La cura a ese mal que te acecha de vez
en cuando (o todos los días). La respuesta es un plástico milagroso que tiene
tu nombre escrito, aunque a veces también lo es un pedazo de papel de color con
numeritos en las esquinas. Con eso en manos ya sabes que ese vacío se llena con
una cosa. Compras. Compras compulsivas llevadas por una sensación idiota que no
sabemos cómo manejar, porque hasta la compra más insignificante y pelotuda nos
deja satisfechos, sintiendo que nuestra vida va ser mejor y que con eso que
acabas de pagar va a llegar la felicidad adornada de colibríes y rosas rococó,
cuando en realidad solo era una puta plancha de stickers de Pokemon tipo fuego.
Las compras compulsivas son así, te prometen un mundo de satisfacción cuando a
veces solo te traen deudas, pero no podemos frenar porque es nuestra pequeña
dosis de felicidad. Comprar y comprar. No importa si es algo grande y costoso o
pequeño y barato, lo que en verdad uno compra es la sensación de felicidad que
dura lo que tiene que durar y si no dura demasiado… solo sonreímos porque aun
tenemos disponible en la tarjeta para seguir comprando felicidad instantánea.
RICHARD
No hay comentarios.:
Publicar un comentario