El sapo nunca se transforma en príncipe. O se
transforma, justo cuando no estamos para verlo.
O se transforma, pero no en ese príncipe que pretendemos. O, lo que es
todavía más decepcionante, se transforma, pero, simplemente, no sabemos qué
hacer con ese príncipe.
Si hay algo que Sábato descubrió mucho antes
que yo, es que la vida es un perpetuo desencuentro. Y si hay algo peor que el
príncipe que no llega, es que nuestros padres dejen de ser nuestros héroes de
la infancia, o que nuestros hijos no cuadren con las expectativas que generamos
sobre ellos. Peor que muchos príncipes convirtiéndose en sapos, es ver que el
patio de la escuela no es en realidad ese lugar grande y colorido que
recordábamos, y que ya no somos esa fuerza revolucionaria que planeaba cambiar
al mundo. Que ya sea tarde para
agradecerle a alguien por esas palabras que, recién ahora, comprendo que eran
un gran consejo. Entonces, esas historias de amor que leía de adolescente, ya
no me conmueven, porque ya no creo en el amor que consume, ese que nos hace
vivir por y para. Tal vez no creo en el amor.
Tampoco creo en el arte. Hace mucho tiempo que
no se convierte en príncipe. Porque, si las vanguardias artísticas planean
patear el tablero, son absorbidas tan rápido como fueron creadas. Porque la
banda que escuchaba de adolescente, hoy canta principios que ya no les son
propios.
Y parte de ese desencuentro es querer a quién
no nos quiere. O, al menos, no como nosotros necesitamos. Porque comprenderlo es caer en la más triste
resignación; Entonces, prefiero cerrar los ojos y abandonarme a mi complejo de
Ícaro.
Porque la felicidad no es más que la sumatoria
de algunos momentos. Porque nada vuelve a ser lo que fue. Y el mundo nos
cambia, o nosotros cambiamos al mundo. Y somos sapos y príncipes al mismo
tiempo, porque nada tiene sentido más allá de la finitud; porque, como ya dijo
alguien antes que yo, todo lo que existe merece perecer.
Pero las causas perdidas son infinitas y, hoy,
el sol brilla más que nunca. Será cuestión de renacer de las cenizas.
M.
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