6 de febrero de 2015

¿El sapo nunca se transforma en príncipe?

El sapo nunca se transforma en príncipe. O se transforma, justo cuando no estamos para verlo.  O se transforma, pero no en ese príncipe que pretendemos. O, lo que es todavía más decepcionante, se transforma, pero, simplemente, no sabemos qué hacer con ese príncipe.
Si hay algo que Sábato descubrió mucho antes que yo, es que la vida es un perpetuo desencuentro. Y si hay algo peor que el príncipe que no llega, es que nuestros padres dejen de ser nuestros héroes de la infancia, o que nuestros hijos no cuadren con las expectativas que generamos sobre ellos. Peor que muchos príncipes convirtiéndose en sapos, es ver que el patio de la escuela no es en realidad ese lugar grande y colorido que recordábamos, y que ya no somos esa fuerza revolucionaria que planeaba cambiar al mundo.  Que ya sea tarde para agradecerle a alguien por esas palabras que, recién ahora, comprendo que eran un gran consejo. Entonces, esas historias de amor que leía de adolescente, ya no me conmueven, porque ya no creo en el amor que consume, ese que nos hace vivir por y para. Tal vez no creo en el amor.
Tampoco creo en el arte. Hace mucho tiempo que no se convierte en príncipe. Porque, si las vanguardias artísticas planean patear el tablero, son absorbidas tan rápido como fueron creadas. Porque la banda que escuchaba de adolescente, hoy canta principios que ya no les son propios.
Y parte de ese desencuentro es querer a quién no nos quiere. O, al menos, no como nosotros necesitamos.  Porque comprenderlo es caer en la más triste resignación; Entonces, prefiero cerrar los ojos y abandonarme a mi complejo de Ícaro. 
Porque la felicidad no es más que la sumatoria de algunos momentos. Porque nada vuelve a ser lo que fue. Y el mundo nos cambia, o nosotros cambiamos al mundo. Y somos sapos y príncipes al mismo tiempo, porque nada tiene sentido más allá de la finitud; porque, como ya dijo alguien antes que yo, todo lo que existe merece perecer.
Pero las causas perdidas son infinitas y, hoy, el sol brilla más que nunca. Será cuestión de renacer de las cenizas.



M.

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