3 de febrero de 2015

Entre príncipes y sapos

Los sapos nunca se transforman en príncipes. ¿De dónde salió eso? Ni que fuéramos chicos de jardín de infantes. El sapo es sapo y los príncipes  son de Disney o tienen títulos nobles y les aseguro que no viajan en transporte público.
Facebook, Twitter, Badoo, Instagram, MyEspecial, todas redes sociales que se utilizan para conocer gente. Un lugar dónde uno se expone y se vende de alguna manera para llamar la atención del otro. Una forma divertida de conocer gente, pero nada más. El error es cuando creemos esos lugares son los charcos proveedores de los sapos en cuestión. Y estamos de acuerdo que una cosa es apasionarse y otra es colgarle milagros al personaje en cuestión. Entiendo que al principio es maravilloso y que casi es el príncipe que despertaba a La Bella Durmiente de su hechizo. Pero acá el hechizo se termina (en el 90 % de las veces) cuando damos rienda suelta a la pasión. Tampoco digo de andar por la vida sin esperanzas, sin anhelos. Lo que digo es que volemos un poco más bajo, al menos al principio y que poco a poco las cosas vayan tomando forma. Porque seamos bien honestos ¿cuánta responsabilidad nos cabe cuándo el príncipe se nos transforma en sapo?
Esto sucede desde que el mundo es mundo y no es solo un modo de pensar de las mujeres habrán visto que muchos muchachos se creen o esperan a su “Princeso”, bue…esto es un capítulo aparte, sin dudas.
Propongo que veamos con más realidad. Ese chico que nos desnuda con la vista en el tren San Martín y que al bajar busca conversación es eso, un chico. Nada de príncipes, no nos expongamos al sufrimiento. Ese chico al que le pasamos el whatsApp cuando fuimos a bailar, por ahí cuando se despierte nos escriba o quizás ni recuerde quiénes somos y termine por bloquearnos y eliminarnos.
Así vamos por la vida sobrevalorando a los sapos, besándolos, creyendo que con ese beso el hechizo se va a romper. Esas son cosas de cuentos de hadas. Sino miren a las familias de la nobleza, dónde sí hay príncipes pero tienen cada mambo. La felicidad no radica en “la perfección”. Besemos apasionadamente a ese sapo, sabiendo que es eso, un sapo. Uno más del montón. Al menos por el momento, quizás, luego la historia sea otra.



Alito.

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