13 de febrero de 2015

Miedo a mi hoja en blanco



Tengo que escribir para un blog. Yo, que nunca escribí más que la lista del súper, tengo que escribir para un blog. 
La hoja se presenta ante mí inmaculada. Entonces, me pregunto qué elementos quiero que tenga mi redacción. Ahí comienza la debacle.
¿Por qué la debacle? Porque lo quiero todo. Porque quiero que mi texto tenga dragones, pero que transcurra en las calles parisinas que recorre Oliveira con La Maga. Quiero que Borges y Sábato se reconcilien en mis páginas, mientras el anillo es destruido en los fuegos de Mordor. Quiero ser el adulto en cuerpo de niño que juega con un tambor de hojalata. Quiero escribir cada uno de esas historias que amé leer. 
Entonces, no me conformo con menos que el Aleph. Quiero describir a la muerte que envía cartas en papel púrpura en Las Intermitencias de la Muerte.  Quiero contar cómo el príncipe de Dinamarca busca vengar a su padre, asesinado por su tío con el propósito de casarse con su madre. Quiero hacer que un retrato  envejezca por el retratado. Quiero generar la simbiosis entre El Nombre de la Rosa y La Muerte y la Brújula. Quiero retratar la amistad de Borges y Bioy Casares, mientras cuento el sufrimiento de la princesa María en Guerra y Paz.
Pero mientras sueño con eso, la vida y alguna estación de tren me devuelve a la triste mediocridad de la lucha por escribir sin faltas de ortografía. Con eso me conformo por el momento. Porque ya queda claro que, para citar más autores, un chalchalero no es un rolling Stone.

M. 

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