Hace años que conozco a Marcela, ella sabe que mi personalidad es un calco de nuestras madres.
Mamá es un calco de su madre, Marcela es un calco de su padre.
Los calcos no es lo nuestro, tengo la sensación que de tanto perpetuar los genes nosotros nos vamos desgastando; somos la versión menospreciada de una imagen reflejada en una ventana lluviosa.
Vieron que uno elige a los amigos en función a parámetros que lo satisfacen. A mi me llenan pocas cosas, una de ellas siempre fue la soltura con la que Marcela se manejaba.
Y lo digo en pasado por que hoy Marcela ya no pertenece a este plano, el plano de lo intangible. Somos amigos pero optamos por no darnos un tiempo sino la vida entera separados. No quiero decir que ya no seamos amigos, de hecho la sigo respetando y queriendo, pero hay algo que no parece estar complementando nuestra amistad y es el libre albedrío.
Como dije siempre respeté que se manejara con soltura, siempre y cuando no se soltara en medio de mi vida.
Hoy le escribo a ella, se que me lee, para que sepa que la soltura no es algo que nos haga seres inimaginables y únicos, sino amigos de las distancias.
NO Marcela, no te deje de querer en mi vida, yo siempre te voy a querer aquí. Todos saben que no puedo evitar querer saber de tus caminos y de tus aventuras, pero no puedo acercarme porque nos soltamos.
Soltar, es la cuestión que nos atañe, por que yo no te voy a soltar y creo que de eso vos no sabes nada.
Se que queres que lo nuestro sea lo que fue, yo también.
Pero nuestro drama no es ser amigos sino dejar las enemistades para volver a ser lo que nunca fuimos.
Marcela, no vuelvas, dejame lejos (pero sigamos juntos).
Todo esto es un pedido burgués, hasta te diría que pretencioso y barroco.
Vos sabes, por algo somos amigos.
Tin
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