27 de febrero de 2015

Contraste



Contraste es recordarlo lleno de vida, ahora que todo parece costarle tanto. Saber que no va a volver a ser el que fue, que no queda más.
Su paso es cansino. La vida fue buena con él, pero lo bueno termina  y la enfermedad avanza. Va a través de su cuerpo a ritmo lento pero gradual. Lo consume, me consume a mí también. Sé que está ahí, sé que no puedo hacer nada por repararlo. Quisiera ponerle el cuerpo, pero no puedo. Me mira con ojos que me dice que no me preocupe, que es lo que debe ser.  Entonces lo acaricio y se queda tranquilo, adormecido.
Lloro. Por nada en particular, sino porque no hay otra cosa que pueda hacer. No encuentro la forma de mantener la frente en alto en este momento. Tampoco encuentro la forma de agradecerle por tanto. Supongo que todos atravesamos en algún momento una situación similar, pero eso no lo hace más llevadero.  Los días son largos, las noches mucho más.
Supongo que este momento va a pasar, que en algún momento lo voy a sentir lejano.  Mientras ese momento llega, pierdo la mirada y siento la brisa en mis mejillas húmedas.
M.

26 de febrero de 2015

El Señor Contraste

Va pensativo, mientras los ve reírse e interactuar. Ellos lo escuchan llegar y se quedan callados, lo consideran un extraño y él lo sabe, pero no se siente incómodo, le gusta. 
No le interesan ni sus charlas ni los motivos que los lleva a reírse como tontos. Los mira serio, agradeciendo a la vida (no cree en Dios, es para los débiles) no ser así: banal.

Ellos lo miran con una mezcla de recelo y pena. Es su amigo, pero no lo terminan de comprender… ¿Por qué nunca se ríe cuando todos están contentos? Y, ¿por qué se burla si alguno de ellos esta mal?
Siempre lo consideraron una persona rara, inescrutable… algo tiene que les genera desconfianza: tal vez es su aire de superioridad o que se nota demasiado el contraste entre él y cualquiera de ellos.

Lo observo desde lejos, junto con el resto, y no me doy cuenta si él es feliz o esta sufriendo.
Lo único que notamos es que este señor, es distinto. Siempre es “el otro”, nunca es totalmente parte de nada.
Pero de algo estamos seguros: podemos afirmar que él jamás será igual a ninguno de nosotros.
Todo su esfuerzo esta puesto en eso.


Pau. 


25 de febrero de 2015

Contraste

Según el diccionario, el contraste se define como la diferencia relativa en la intensidad de color entre un punto de una imagen. Si lo aplicamos a la vida real, la imagen es el mundo y los puntos somos nosotros. Cada uno con su contraste, cada uno con su intensidad.
Un mundo lleno de puntos oscuros y otros luminosos. Todos ellos con su luz propia (el nivel de luminosidad varía según la personalidad) que brillan y se hacen notar a su manera.
Siempre disfruté de ese contraste tan variado que existe a mi alrededor, ya que aun intento descubrir cómo será mi intensidad. No la veo o simplemente no me doy cuenta de ella. No sé cuál es mi grado de contraste, porque siempre intente mimetizarme con el fondo y pasar desapercibido. No llamar la atención era mi regla principal, de esa manera nadie me notaria y de esa forma no me molestarían, pero aprendí con el tiempo que a veces es algo inevitable. Simplemente llega el momento en que es hora de brillar y resaltar un poco de este triste fondo gris. Solo espero hacerlo bien. Solo espero que sea gradual y no cagar toda la imagen, ya que hay otros puntos que me agradan y aprecio. Así que, de momento, solo comenzare con un contraste de un 5%.


Richard 

24 de febrero de 2015

Contraste

Observar y descubrir las vetas, los matices, lo inefable de tu persona.
Hacerlo mío y potenciarlo. 
Pasar de la risa al llanto. Escuchar a Bach mientras cocinamos  y después colgarnos viendo videos bizarros.
Gozar con las caricias de las yemas de las manos y disfrutar de esos abrazos rompe costillas que nos damos.
Escucharte hablar de ELLA y gritarte –No me jodas, se está yendo a la mierda- enojarnos por un rato. Perdernos y encontrarnos.
Que te guste correr y a mi caminar. Que te guste trasnochar y a mi madrugar. Que disfrute de verte dormir, mientras termino mi café y planeo como despertarte antes que se hagan las tres.
Ser fan del cine en blanco y negro, contemplarte gozar películas 3D del séptimo arte. Amo despedirte para volvernos a encontrar. Encontrarnos en cada despedida, cuando cruzamos el umbral.

Alito.

23 de febrero de 2015

Con Traste

Y se abre la semana con grandes esperanzas, hoy hablamos del... mejor lo descubren ustedes.
Había una vez un hombre, una mujer y un momento.
El hombre deseaba a la mujer, la mujer, por lo contrario, deseaba el momento...
Ahora demos vuelta esta tortilla
La mujer deseaba al hombre, el hombre a la mujer, y el momento los deseaba a los dos.
El hombre vivía solo en una cueva, la mujer moraba en la copa de los arboles, el momento siempre los visitaba.
El hombre deseaba, por momentos,  la copa de los arboles y morar con la mujer; la mujer momentáneamente odiaba las cuevas, por momentos nada mas.
Un día el hombre se cansó de esperar al momento y acudió a la mujer, la mujer en ese momento no se encontraba.
El momento no era el mejor amigo de los dos, el hombre y la mujer no estaban logrando sus deseos.
El momento deseaba que no lograran nada, pero sin pensarlo hizo lo que todos hacen en algún momento, los ayudó.
El momento trajo a otro hombre, el que amaba el mar, y a otra mujer, la que amaba las nubes; ambos llenos de deseos y de curiosidades.
La mujer se vio atraída por el hombre, el momento no deseaba esto, el nuevo hombre también se sintió atraído por el hombre original... el momento no deseaba esto.
La nueva mujer solo deseaba al momento, pero el momento solo quería a la mujer original, la mujer original no deseaba nada mas que morar en los arboles y el momento no lo soportaba.
En este juego de grises pasó lo que pasa siempre, hombre original, hombre, mujer y mujer original se encontraron en un momento, y no desearon nada más.
Los cuatro se opusieron, se desearon y el momento no quería esto.
El momento quedó solo, así como nos pasa a todos en algún momento.
Los deseos se contrastaron, los originales y los no tan originales por un momento fueron iguales, pero como el momento no deseaba esto hizo lo que cualquiera hubiera hecho.
El momento les demostró que en un momento todos eran iguales, pero era el momento  uno solo y los demás todos diferentes.
El momento se fue, los demás... los demás se quedaron para ser más que un momento, pero menos que el mismo.
Por un momento todos fueron iguales, pero solo por el momento que descubrieron que no lo eran.

Tin

21 de febrero de 2015

Una chica correcta

Siempre fui una chica austera.
La culpa de eso, la tienen Luisa M. Alcott, sus Mujercitas y su Niña Anticuada.
Las heroínas de mi infancia eran chicas pobres, ubicadas y centradas que no gastaban porque venían de familias humildes y eso de gastar mucho era para las malas…
¿Vieron que se relaciona siempre el derroche con la maldad y el capricho?
Nellie Oleson de La Familia Ingalls es un claro ejemplo de eso, todo lo que quería lo compraba, no como la pobre Laura que estaba siempre con el mismo vestido, y solo tenía otro más lindo para ir a la iglesia.
Si juntamos todo eso a mi falta de presupuesto, tenemos a una mina que no compra compulsivamente.
A veces me gustaría ser una Carrie Bradshaw e ir por la vida comprando zapatos cada vez que estoy triste.
Pero cuando encuentro algo que me gusta, no puedo quitarme la sensación de que en el próximo negocio voy a encontrar lo mismo, pero más barato.  Entonces no compro nada.
Cada vez que entro a un local y la vendedora se acerca a invitarme a pasar (Por qué hacen eso? Espanta a la gente!), recurro al viejo y querido “Gracias, pero estoy mirando”.
Y me voy cantando bajito por donde vine, sin comprar.
Hasta que me aburro, me canso, me enojo, y vuelvo a casa histérica comprando muchas (pero muchas) pelotudeces por el camino: un Tupper, tazas, unos de esos gatitos chinos que mueven la mano, esmaltes que nunca voy a usar, aritos, etc… 

Ay ay ay! Mejor volvamos al principio:
Siempre creí que era una chica austera, pero solo me organizo mal con las compras.


Pau. 








20 de febrero de 2015

Las compras compulsivas


Pienso en compras compulsivas y pienso en zapatos, o en vestimenta en general. La verdad es que no compro compulsivamente estos artículos, así que no sé por qué la asociación. En todo caso, lo que consumo a modo de pulsión es la música. Pero, reflexionaré sobre ese tema llegado el momento.
Francamente, no se me ocurre hablar sobre algo que compre compulsivamente. Lo que se me ocurre es pensar qué cosas compramos. Bienes materiales supongo. Pero no creo que sea lo único.  Acaso el proveedor de una familia, compre un lugar de autoridad. Tal vez podamos comprar el amor. Al menos, es algo que los padres divorciados parecieran intentar.  Tal vez podamos comprar prestigio. O tal vez lo vendamos. A veces, puede que hasta lo rifemos.
Podemos comprar un título universitario (No deberíamos, pero podemos). La sabiduría no la podemos comprar. Puede que tarde o temprano la ignorancia nos delate. Podemos comprar el silencio. También podemos comprar las opiniones y los discursos. Podemos comprar drogas de manera ilegal. De última, si algo falla, podemos comprar un abogado. O a la justicia, si tenemos el número adecuado. El número de teléfono, porque también podemos comprar influencias. O traficarlas. Podemos traficar armas y, con ello, generar un conflicto bélico en alguna nación remota con cantidades de petróleo listo para ser explotado. Algún país del primer mundo puede que compre nuestro plan.
Mi equipo puede comprar un diez con una zurda envidiable. ¿Estará comprando el sacrificio de toda su vida? ¿Estará comprando la lealtad a la camiseta? ¿Qué colores pueden más?¿los de la camiseta o los del billete? Supongo que compraré el diario el lunes para enterarme los detalles.
Pienso sobre que compraría y me pregunto qué me venden.  El bien material no importa. Es lo intangible lo que se vende. Me venden lo que me gustaría ser. Entonces, antes de cortarle por enésima vez a la operadora de Tarjeta Naranja, que me ofrece algo que no quiero, le explico que no tiene nada que ofrecerme que me interese.  Que me está quitando lo único que no puedo comprar, y es mi tiempo.
Puedo desperdiciarlo; puedo venderlo (mi recibo de sueldo da un número muy concreto sobre el valor de mi tiempo), pero no puedo comprarlo. Supongo que por eso tantas veces pedimos por un tiempo. Tal vez por eso, estemos tan pendientes de los tiempos pasados y tan poco de los tiempos por venir. Tal vez, por eso disfrute tanto en perderlo.
M.

18 de febrero de 2015

Compras compulsivas

Y de la nada abrís los ojos y te das cuenta que algo anda mal. Al principio no sabes bien lo que es, pero a medida que pasan las horas, lo vas entendiendo. Es una soledad que te ataca y te oprime el cuerpo. Un vacio inmenso que no parece tener fin, pero es solo cuestión de respirar hondo y estirar tu mano hasta tu bolsillo. Ahí está la solución. La cura a ese mal que te acecha de vez en cuando (o todos los días). La respuesta es un plástico milagroso que tiene tu nombre escrito, aunque a veces también lo es un pedazo de papel de color con numeritos en las esquinas. Con eso en manos ya sabes que ese vacío se llena con una cosa. Compras. Compras compulsivas llevadas por una sensación idiota que no sabemos cómo manejar, porque hasta la compra más insignificante y pelotuda nos deja satisfechos, sintiendo que nuestra vida va ser mejor y que con eso que acabas de pagar va a llegar la felicidad adornada de colibríes y rosas rococó, cuando en realidad solo era una puta plancha de stickers de Pokemon tipo fuego. Las compras compulsivas son así, te prometen un mundo de satisfacción cuando a veces solo te traen deudas, pero no podemos frenar porque es nuestra pequeña dosis de felicidad. Comprar y comprar. No importa si es algo grande y costoso o pequeño y barato, lo que en verdad uno compra es la sensación de felicidad que dura lo que tiene que durar y si no dura demasiado… solo sonreímos porque aun tenemos disponible en la tarjeta para seguir comprando felicidad instantánea.

RICHARD

17 de febrero de 2015

Lo necesito, me pica

Hay días en que el dinero es en lo único que pienso, pienso en las cosas que no tengo y que quiero. Quiero todo lo que todos quieren, y puedo decirles que mi familia siempre quiso lo que no pudo tener.
Vengo de familia humilde, con una clara patología, y nuestro peor problema es que vivimos de apariencias. Me incluyo, pero les aseguro que lo trato en terapia.
Recuerdo que de chico comíamos lo más barato, pero yo siempre tenía ropa nueva, calzado de marca y el orgullo de Soraya Montenegro.
Tan es así que mi vieja siempre me mandaba a las excursiones escolares (excursiones que no podía pagar y por ello llegaba a gatas a fin de mes) orgullosa, pero sin un mango.
Para que se hagan una idea es como ir a Disney pero no poder subir a los juegos.
Por ende, y llegando a la actualidad (que feo ser viejo) es que les hablo de compras compulsivas.
Al principio fueron las consolas de videojuegos, luego las tablets, las notebooks, y todo articulo caro que representara un estamento mayor al que tengo.
Les puedo asegurar que el peor momento de mi vida es cuando nos abrieron una cuenta crediticia.... y llegaron ellas "las tarjetas de crédito".
Seres inanimados y nefastos que nos dieron la sensación de poder, pero de mentirita.
Si, la compulsión está ahi. A veces me fuerzan a lo peor... a veces, me susurran promesas de grandeza, todo falso, todo de cartón.
Todo es mentira, la compulsión me obliga a ser quien no soy, a querer algo que no necesito y que por cierto me deja con más compulsión que antes.

Me voy a comprar algo, no sea cosa que me cure antes de tiempo.

Tin

13 de febrero de 2015

Miedo a mi hoja en blanco



Tengo que escribir para un blog. Yo, que nunca escribí más que la lista del súper, tengo que escribir para un blog. 
La hoja se presenta ante mí inmaculada. Entonces, me pregunto qué elementos quiero que tenga mi redacción. Ahí comienza la debacle.
¿Por qué la debacle? Porque lo quiero todo. Porque quiero que mi texto tenga dragones, pero que transcurra en las calles parisinas que recorre Oliveira con La Maga. Quiero que Borges y Sábato se reconcilien en mis páginas, mientras el anillo es destruido en los fuegos de Mordor. Quiero ser el adulto en cuerpo de niño que juega con un tambor de hojalata. Quiero escribir cada uno de esas historias que amé leer. 
Entonces, no me conformo con menos que el Aleph. Quiero describir a la muerte que envía cartas en papel púrpura en Las Intermitencias de la Muerte.  Quiero contar cómo el príncipe de Dinamarca busca vengar a su padre, asesinado por su tío con el propósito de casarse con su madre. Quiero hacer que un retrato  envejezca por el retratado. Quiero generar la simbiosis entre El Nombre de la Rosa y La Muerte y la Brújula. Quiero retratar la amistad de Borges y Bioy Casares, mientras cuento el sufrimiento de la princesa María en Guerra y Paz.
Pero mientras sueño con eso, la vida y alguna estación de tren me devuelve a la triste mediocridad de la lucha por escribir sin faltas de ortografía. Con eso me conformo por el momento. Porque ya queda claro que, para citar más autores, un chalchalero no es un rolling Stone.

M.